Final del Blog
Por Gabriel Apaza
Ok. El asunto es sencillo. Después de varios pugilatos verbales y de rencillas en este blog con un par de niñitos que recién están saliendo del Kindergarten literario, del cual yo egresé, hace muchos años y con el infaltable Fidelito Mendoza, doctor de doctores y, sobretodo ahora que me han descubierto como autor de este Blog, he decidido, con alevosía y ventaja CERRAR el blog.
Yo he tenido tres incursiones en la literatura en toda mi vida.
El primero fue en mi colegio de Huancané juntamente y tal vez gracias a mi ex amigo Fidel Mendoza. Nos juntábamos todos los días después de clases y llevábamos nuestros textos y nos "criticábamos". Lo pongo entre comillas porque realmente nunca nos criticamos, sino que analizábamos el fondo de nuestras lecturas. También compartíamos nuestros primeros escritos. Por ejemplo, si yo escribía la historia de un tipo que se le moría la madre, empezábamos a hablar de la muerte y la importancia de la madre, etc. Además de eso, leíamos a algún autor consagrado: Cortázar, Borges, etc.
Lo cierto es que con mi amigo Fidel no aprendí mucho en términos de técnica ni tampoco descubrí a grandes autores, ni menos aprendí a criticar. Aunque quizás me dejó algo más importante: las ganas de escribir y escribir cada día más. Y esto tiene que ver, aunque suena triste que lo diga yo, con el hecho de que Fidel me alentaba mucho a escribir. Creía mucho en mí y siempre me criticaba bien. Creo que eso me ayudó mucho a darme el empujón, y siempre estaré agradecido de eso. Pero si hubiera seguido así, quizás me habría hecho muy mal, porque mis textos estaban plagados de errores que yo creo que él si veía, pero que no los decía. O quizás no veía nada, no lo sé.
Fue justamente gracias a la amistad de Fidel –que se vino antes a radicar a la ciudad de Juliaca-, donde conocí a toda la tropa de niñitos literatos (digo escritores) que me recibieron con mucho cariño –no todos, desde luego-. El caso es que los escritores juliaqueños me parecieron pésimo y se los decía, con respeto, pero de frente. Y todos se sintieron mucho. Les dolió todo lo que les decía, que fue muy, pero muy suave, y lo que yo les dije, que creo que no fue tan suave, pero sí muchas veces gratuito.
No. En verdad nada fue gratuito. Yo estuve unos 3 o 4 años –mi contacto con los intelectuales de Puno fue casi de inmediato, tanto que José Luis Ayala me declaró poeta de Fin de siglo en Los Andes-, con ellos en ese ambiente de bohemia y charla basura (puneños y juliaqueños por igual), leyendo sus textos y viendo cómo se tiraban flores los unos a los otros, viendo cómo se creían los nuevos Vargas Llosa o los Oquendo, los nuevos Rimbaud, los nuevos Scorza, los nuevos Cortázar, sin haber leído nada más que los textos de secundaria que sus profesores les hacían leer en sus respectivas clases de castellano o uno que otro autor del Boom.
Así conocí a un profesor que sabía bastante de literatura, pero que se quedó pegado en el Boom. Otro Fanático de Oquendo (tanto así que tuve una unidad que era dedicada a Oquendo) y de Carllos Milla, y otro del Gabo, y un par de contemporáneos míos admiradores de Borges y Cortázar, y quizás de Unamuno y algunos buenos poetas como Lihn o Teiller. Pero nada más. Pregúntenme si alguna vez supe de la narrativa norteamericana. Pregúntenme si alguna vez escuché hablar de Di Benedetto, o de Carver, o de Cheever. A lo más, de Bukowski, que tampoco era leído pero sí citado con fruición. Yo con el tiempo he ido queriendo más al viejo Gelman, que tiene unos poemas sencillamente notables (lean los que están en mi Blog oficial por ejemplo).
El asunto es que se creían poetas, sobre todo poetas, y no habían leído nada. Para qué vamos a hablar si habían vivido, cuando sus mundos de niñitos de clase media (la más alienada del país), tengo la suposición, no eran más que pasearse por el Parque Pino, quizá alguna borrachera en la casa de Boris y carretear con las niñitas lindas de la facultad de Derecho de la UNA. Niñitos y niñitas amantes de la chanza y los poemitas de amor.
Mi segunda incursión en la literatura fue el conocimiento y relación amical que logré entablar con escritores de la ciudad de Lima, esencialmente Jorge Luis Roncal, Ricardo Vírguez, Ricardo Ayllón, Antonio Sarmiento, Ivan Yauri, Mary Soto, entre otros. Eso significó un giro de 180° grados en mi carrera literaria. Fue un verdadero taller literario en vida. Un taller donde aprendí quizás lo más importante: aceptar las críticas, aceptar a ser destruido, que tu cuento o tu poema lo hagan parecer una verdadera mierda. Sí, ese mismo cuento o poema que tanto te costó escribir, destrozado ahí, frente a tus narices. No porque alguien lo hiciera, sino porque a medida que mis lecturas enriquecían, mis escritos se iban haciendo basura.
Y más dolía cuando el que te lo destruía era un autor a quién yo ya había leído antes pero sin método ni sistemáticamente, porque uno se decía: él es un verdadero intelectual. Un asunto de ego, principalmente. Y en ese taller vital aprendí eso y muchas cosas con respecto a la poesía y la narrativa. Lo esencial: salí con miles de lecturas (ni quiero mencionar mis publicaciones) y con uno que otro amigo, de esos con los que aún hablo.
Mi tercera incursión a la literatura quizás ha sido donde más he aprendido cosas. No sé si técnicas, sino otras cosas. Me han aterrizado, me han vuelto a destruir y he tenido nuevamente que ver mis textos hechos mierda frente a mí, pero he aprendido, creo. He aprendido a escuchar las críticas, a entender que eso que yo pensaba que era notable, no era notable. Que al contrario, era un bodrio: esa incursión fue la creación de este Blog. Así de sencillo.
Bueno. Acto de fe. Las incursiones en la literatura sirven para eso y para compartir la "cocina literaria" y lecturas, sobre todo lecturas. Pero no sirve para aprender a escribir, creo que eso todos lo tenemos claro. Aunque nunca faltan los tipos que reniegan de las aventuras literarias y hablan estupideces de ellos, siendo que nunca han estado en una. Porque al final, lo que sigue contando, es nunca olvidar, como bien dijo Borges, que escribir tiene que ver con la soledad, con sentarse frente al computador y empezar a teclear hasta dar con lo que quisiste decir.
También tiene que ver con sentarse después, con el texto en frío, y empezar a cortar, pegar, tarjar, eliminar, borrar y corregir. Y eso se consigue al ser autocrítico, muy autocrítico. Y creo que justamente es eso lo que me han dejado mis dos últimas incursiones en el fascinante mundo de la literatura: una fuerte autocrítica.
Para terminar, un regalito:
"He vertido alguna lágrima por las numerosas críticas que ha recibido por parte de sus enemigos?
-Muchísimas, cada vez que leo que alguien habla mal de mí me pongo a llorar, me arrastro por el suelo, me araño, dejo de escribir por tiempo indefinido, el apetito baja, fumo menos, hago deporte, salgo a caminar a orillas del lago, que entre paréntesis, está a menos de treinta metros de mi casa, y les pregunto a los Karachis, cuyos antepasados se comieron a Gamaliel Churata, ¿por qué yo, por qué yo, que ningún mal les he hecho?.
Ruth Hurtado, poeta paiteña
Hace 1 mes