miércoles, 31 de octubre de 2007

Sobre la novela de Fidel Mendoza

Sobre literatura puneña última
Contra la confiscación de la actividad mental


Por Gabriel Apaza

“La privación del sentido (tanto en la vida individual como en la social) significa ser arrojado hacia la muerte y no encontrar ningún asidero para detenerse” reflexiona Bernard Noël. Es radical pero tiene coherencia. La cultura, por ejemplo, sigue ese ritmo. También el sentido, el lenguaje, el gesto, la imagen. Ésas que a veces suelen imbricarse en cadenas de palabras que, además de significados, cargan belleza y reciben el nombre de literatura.

Cuando se intenciona un acercarse y recopilación de ensayos, notas y discursos de lo que ahora último pretende llamarse literatura en Puno se encuentra con un “mundanal ruido” que se desfragmenta sin llegar a conformar jamás un organismo. Aún cuando ese abordaje sea desde los distintos ángulos para comprender lo humano, respetando, su inaprehensibilidad.

Tal vez sea un mal inevitable y habría de que dejarlo en el charco. Máxime todavía cuando podemos leer los conceptos, la sencillez o la contundencia de Edwin Ticona, Walter Paz o Simón Rodríguez, que manifiestan una rigurosa y elocuente expresión literaria que muestra una acuciosa elaboración previa y que, considero, a estas alturas ya ha superado las obras poéticas de Churata, Oquendo y Efraín Miranda.

Porque Edwin Ticona (Erdi Flórez) es, ante todo un poeta. Walter Paz, adorna su metáfora y sus imágenes con la agudeza que sólo brinda el conocimiento desde la emoción. Simón Rodríguez siente en su poesía lo que piensa y en ello se encuentra la fuerza de las intuiciones que ennoblecen la literatura.

No obstante, subleva que otros merezcan atención desmedida y pretendan obnubilar textos de poesía como de los mencionados. Abrumados, tenemos que leer el resentimiento visceral de Percy Zaga, el pobrísimo lenguaje de Boris Espezúa, el vedettismo de Gloria Mendoza, los desbarros kilométricos de Ayala o los vacíos inconmensurables de mucha gente joven.

Esto último es lo más preocupante. Rafael Ballenas, Darwin Bedoya, Luis Pacho, etc. prácticamente quedan desnudados como sofisticados dispositivos para una autoconfiscación de la actividad mental. Pero lo terrible es que talentos como Fidel Mendoza se rindan ante la opresión y limitación de las relaciones sociales existentes.

Su novela lo desabriga tanto que ya no sabemos a qué atenernos: sus personajes militares son buenos y los “terrucos” malditos, sus protagonistas añoran las casas hacienda, etc, todo esto dentro de una incoherencia argumental que alarma. La evaluación de la realidad proviene sin duda de su extracción de clase como escritor –como aquello de forzar a que sus personajes indígenas llamen “Chino Velasco” al general Velasco Alvarado que en todos los sectores rurales del Perú hasta ahora lo llaman “Mi general Velasco”, “Chino” le dicen los hijos y nietos de los hacendados afectados por la reforma agraria-, pero eso no importa me recordarán sus amigos. Es posible, pero no podrán demostrar que “Te esperaré en el cielo” no tienen coherencia interna y no muestra ningún carácter de necesidad.

Es probable que su fama de poeta e intelectual en la ciudad de Juliaca le vaya ganando y se haya forzado a escribir y publicar “como sea” una novela para incrementar su currículo. Pero desde ahí se parte al camino señalado por Bernard Noël.

En la literatura la reflexión debe alcanzar su mayor intensidad. Entendemos que la ausencia de sentido, el vacío y la impotencia, la apabullante desazón que se expande en nuestro cuerpo social atrape la voluntad interior de los individuos para situarlo en la algazara del mercado, pero la literatura siempre ha sido la expresión del exilio hasta que algunos lo han comparado con el sentido de lo divino.

Los nuevos hortelanos de la literatura puneña, Ballenas, Bedoya, Mendoza, etc., tienen la posibilidad y la responsabilidad de reencontrar un sentido de vida y de futuro a nuestra literatura. Si la literatura soporta una opresión expresada en los llamados “pilares” de la de democracia occidental como el consenso, las encuestas de opinión, la construcción de imágenes y la propia televisión –mecanismo del acelerado consumo de un desfile de imágenes de consensos volátiles-, y que finalmente busca la confiscación de la actividad mental, ellos deben rebelarse a la prohibición de la expresión, a la inhibición del pensar.

(Tomado de http://gabriel-apaza.nireblog.com)