sábado, 5 de julio de 2008

¿ESTAMOS PERFILANDO UNA CARACTERÍSTICA PROPIA DEL INTELECTUAL PUNEÑO?

Lamento decirles, que luego de profunda reflexión, llegué a la conclusión de que los textos de Chano Padilla y mi amigo Walter Paz sobre la Antología de Walter Bedregal forman parte de una reflexión de mayor extensión y alcance sobre el cual puede cimentarse una Historia intelectual puneña.
Lo planteado por los dos escritores permite esbozar una somera introducción sobre el desarrollo intelectual en nuestro departamento, fundada en una pregunta: ¿Ser un intelectual (en cualquier época) en Puno es: ser y hacer qué? Tomando como referente a Pierre Bourdieu ser intelectual conllevaría establecer y desarrollar una relación, en el sentido de interaccionismo simbólico, tanto con sus pares como con los representantes y detentadores del poder en la sociedad a la que se pertenece.
Como han esbozado en los referidos artículos, dicha relación ha existido en nuestra historia (y aún existe), enmarcada en contextos varios pero de consecuencias similares, todo ello enmarcado en la lucha, tanto en el nivel individual como en el gremial, por la sobrevivencia intelectual.
No hay duda que dicha lucha por sobrevivir promueve escenarios y encuentros en los que destacan las ideas, pero también el sentido de esas ideas. Así, ser intelectual, digamos, en el mundo prehispánico, es (fue) vivir la religión como condición de Estado y como cotidianeidad también, pero ¿es posible imaginar a un sabio indígena, en tanto ser reflexivo honesto y comprometido con su capacidad de análisis crítico, absolutamente carente de dudas y reproches sobre su sociedad? ¿Es posible imaginarlo viviendo en un nirvana indígena acrítico y de cómplice silencio?
Si es posible imaginarlo así, resulta de una modernidad apabullante (al menos para algunos tipos intelectuales de hoy día como los dos compañeros mencionados y desde luego los valiosísimos aportes de Velásquez Garambel); por el contrario, si no es posible vislumbrarlo así (vr. gr. los errores de Bedregal), creo que hemos idealizado más que estudiar nuestra historia social intelectual; contra sensu, imaginar a una sociedad vigorosa (como la fueron en su momento la andina), carente de hombres y mujeres pensantes, críticos y comprometidos con un modelo social favorable a sus intereses y no sólo a los del Estado, es darle la razón a todos aquellos que enarbolando una supuesta visión de superioridad analítica han pretendido imponernos una interpretación histórica deslavada y antiséptica de nosotros mismos.
Y no es así; por lo que sostengo que nuestra historia intelectual, aún por establecer en extenso, es (será) sin duda, una invaluable herramienta de sano conocimiento y reconocimiento propios de un sostenido, por momentos, actuante y, acaso, influyente desarrollo intelectual puneño, fincado todo ello en una interpretación desapasionada e imparcial de la labor que cada uno de los tipos intelectuales, con sus mezquindades y grandezas, han efectuado en su momento en la lucha por el liderazgo intelectual de su época.

Gabriel Apaza