La desmesura en el uni-verso de la poesía puneña actual
Darwin Bedoya
Ahora que se ha convertido en lugar común hablar mal de la literatura de nuestro entorno y, de igual manera, está de moda defenderla con uñas y dientes; seguramente que debido a ello, pronto se verá y hablará de héroes por doquier.
“La poesía da fuerza para destruir.
Es la más alta resistencia a todo aquello que huele a estupidez.
Hay que triturar el rostro esculpido de la hipocresía,
blasfemar la prometida perfección.
Ya que la imperfección es la cima”.
S.
Yves
Un poco para reordenar la danza y, también para revisar esta profunda falta de poesía y terminar estos apuntes sobre poesía puneña actual, es imprescindible y oportuno señalar que desde hace un buen rato, ese mundanal ruido acompañado de una infantil emoción, y latas mal tocadas que quieren alcanzar el sonido de una zampoña: están muy lejos de toda posibilidad poética. Esta afirmación es rara e imperdonable; pero estrictamente lógica.
No se han escrito poemas bajo la luz de la auténtica poesía, sólo versos huérfanos de toda arte poética. Pero, una catervilla de quienes no reescriben ni releen, siguen insistiendo con el mismo discurso, con la misma manía perturbadora de escribir sin la seriedad que la literatura, en este caso la poesía, requiere.
Sin embargo, parece que algunos al fin se han dado cuenta que la poesía es un pésimo negocio para ellos, una cosa de locos y por eso están queriendo dejar decidida y contundentemente ese trance que, en otrora, era una enfermedad común y corriente que además, funcionó de maravillas como algo brillante e inteligible. Ahora en cambio, muchos están recuperando la razón o la cordura como para ya no botar plata (un sencillo) publicando poesía, ese vicio impune.
Y es que ésta es seguramente la explicación que podría salvar a quienes han dejado de ser perdedores de tiempo y de dinero con este ¿negocio? de la poesía. Es por eso que en lo que transcurre del dos mil, no ha aparecido ningún novísimo de valía, sin contar, por supuesto, a quienes escriben, publican, se autodenominan poetas y ni siquiera se les puede considerar ambulantes o menesterosos en este espacio literario: (Nicolás Valera, Augusto Mamani, Gustavo Jiménez, Angélica Cauna y otros del mismo deplorable verso, tanto de Puno, Lampa y Juliaca). No hay uno o dos poetas que deberían copar el espacio y los silencios en este post dos mil. No hay un solo nombre que pueda tomar la posta de la generación anterior (sin que esto implique la no escritura o el absoluto silencio de los integrantes del 90’, por citar sólo un ejemplo) no hay ninguna soberbia, sólo un cierto phatos innegable cuando decimos esto sobre la poesía, esa muchacha abandonada a su suerte en una polvorienta calle. ¿En una esquina y con cartera?
Es hora de poner todo en el lugar exacto, ¡las cartas sobre la mesa! ¿Dónde está la poesía, la buena poesía? , ¿Adónde se fueron los versos, los poetas? ¿En qué comarcas pernoctan las buenas ideas? ¿Dónde caminan los versos, en qué penumbras, en qué páramos desolados se hallan? Si Puno es tierra de poetas: ¿Dónde están los nuevos, quiénes son? Aparte de los remedos intolerables que se ven: ¿Qué han escrito estos últimos siete años? ¿Qué han entendido por imperfección poética? ¿Dónde está lo perfecto y en qué consiste? ¿Alguien ha escrito un poema perfecto? ¿Se puede alejar tanto de la perfección e imperfección en la poesía?
Es hora de poner las cosas en su lugar: este florero aquí, este olvido allá, ese ruido ahí, esa cantina detrás, esa muchacha en su esquina o en su universo propio, esos chiquillos mayorcitos lejos, esas rabietas en casa, esas pretensiones en la biblioteca, esos espejos debajo, ese afán de tener libros y libros muy lejos, esas copias y copias, de íntegros sueldos, en el cenicero, esa espiral de anillados y anillados en la fotocopiadora y, especialmente, esta poesía encima del silencio; con un replanteamiento de perspectivas mayores y hálito crítico.
Hay que reorganizar la danza de otra manera y con una poesía absoluta de combinaciones inéditas. Porque existen algunos señores ya mayorcitos que tratan de empobrecer notoriamente nuestro verso, con sus recetas de retórica que se desgasta con rapidez desde un imaginario insuficiente, incapaz de aprehender en toda su riqueza las formas de la poesía; inclusive recomiendan leer a los románticos mexicanos, a los encasillados en el modernismo chocanesco de Darío; y esto nos recuerda, también, que hay quienes justifican su no lectura en la complejidad para conseguir un nuevo libro y otras torpezas. Puro ego y desidia absoluta. Podríamos decir que la escasísima poesía de estos últimos años tienen solamente medios poemas o un único verso (uni-verso) en la estructura del poema y con un valor añadido por ser escrito en Puno, en el ande y, por tocar el temita indignador harto conocido...
Por ejemplo, entre los que se han atrevido a publicar, están los casos de Jaime Noriega Vélez (Ecos desde el alma, 2002 edición artesanal), Antonio Moya Quispe (Canciones solas, 2004 Impresiones San Salvador), Vicente Ytusaca (Rumor, 2004 Ediciones Radar de Voces), Jhony Elver Tinta (Nostalgia del ande, 2005 imprenta DISGRAF) y, el recientemente texto de Fernando Chuquipiunta (Brío del trovador, 2007 Hijos de la lluvia & LagOculto editores) y otros que no mencionamos para que no se rasguen las vestiduras ni se mueran tempranamente... En esos textos o poemarios, no hay una preocupación o consideración por generar un discurso con la articulación de procesos que irriguen fuerzas estéticas y no solamente poéticas. Todos parecen marcar el mismo tema romántico-pasional, como si fuera un desfile de fiestas patrias y el bombo ordenara simetrías marciales… El aire romanticón clásico funcionó de maravillas hace mucho tiempo atrás, con Heine y su pandilla, ¿ahora?, al menos deberían optar por una nueva exaltación del tema dejando a un lado esos temas, porque se puede seguir siendo romántico, pero con otro estilo, con otro matiz, Afirmar esto –que es obvio– no es defender o empezar con la anacrónica doctrina del Arte por el Arte, ni la también anacrónica Torre de Marfil, que debió tener otro nombre. Todo creador debe ser, en tanto individuo, un hombre de su tiempo. Le guste o no, está sometido a las presiones de su ambiente. Pero algo muy importantísimo: todo depende en cómo asuma esa perspectiva y plasme su voz, cómo logre alcanzar un verso y otro y otro en pos del poema, con arduo trabajo y dedicación especial, al margen de la cotidianidad y las fieles imitaciones. La poesía debe escapar de lo cotidiano, de lo contrario no puede llamarse poesía.
Porque si continuamos así, parece que sólo tendremos que hablar, en un recuento posterior de la buena poesía puneña, de nueve poetas: Alejandro Peralta y Carlos Oquendo de Amat (en el primer periodo), Efraín Miranda, Omar Aramayo y Percy Zaga (en el segundo periodo), Lolo Palza y Alfredo Herrera (en los ’80) Y en los ‘90 algunos ex jóvenes, entre los que destacan Simón Rodríguez y Luis Rodríguez. No hay nadie más, los textos lo dicen y lo podrían volver a repetir: nadie más.
No se puede concebir a la poesía como una expresión estática, reiterativa y, por ello, sus autores deben seguir el ritmo de la poesía, sólo de la poesía o hacer como muchos: renunciar para siempre a ella. Ése sería, tal vez, el mejor negocio. Porque al fin y al cabo lo que se busca en el poema es aquello que repercute. Aquello que, leído, provoca una catarsis. No antes, ni después, sino en el momento justo de la lectura. Un sonido o un conjunto de palabras que te atraviesan, que te desordenan todas las ideas, que te dejan fuera de ti, como cuando te cae un baldazo de agua en ausencia de los carnavales, o simplemente hecho un mármol absoluto. Al menos por ahí se puede comenzar, porque la densidad poética y la destrucción de cánones, las propuestas sólidas no existen. ¿Dónde están, entonces, esos versos? ¿Dónde la buena poesía que te haga cosquillas siquiera? Sólo hay un puro rumor bucólico que persiste: esa reincidencia que ha resultado ser una experiencia atroz, intolerable, de la que es preciso huir para liberarse de las imágenes alucinantes, de los ruidos inquietantes, del horror que la cotidianidad despierta en el poeta, siempre satisfecho porque quiere asir el cuerpo de las cosas y de su pasado, y que se le desvanecen mientras escribe historias, mientras busca en el lugar equivocado, mientras contempla el suceder de las horas, los objetos, las amadas diótimas, mientras observa su propia existencia desapercibida por los demás. Sucede que solamente es un insecto, un punto pretencioso hecho de caos.
Parece que la crisis poética se está intentando resolver prosísticamente o sancochando palabras con unos devaneos maniacos envueltos en una pura emoción. No pasa absolutamente nada. Chanfainas. Es una simple e iracunda desesperación, nada más. Hay algunos poemas en los que se puede ver pura salchipapa combinada con un arroz chaufa hasta las caiguas, es justo ahí donde se puede, a duras penas, paladear el cairel de su deleznable discurso. Entonces quedan lejos las artes culinarias, los buenos chefs y las viandas. Sólo hace falta lo mejor: la poesía o el goce estético.
Ya viene siendo hora de cambiar, de hacer unos arreglos en la lista del arca de Noé. Hay un exceso de equipaje y la embarcación no está para excesos ni equipajes absurdos y menos con especies repetidas (la poesía de los ‘80, ‘90 y los intentos del post dos mil: sólo PEPSI - COCA- COLA – PEPSI o PEPCOLA), peor todavía si carecemos de salvavidas y sabiduría en el nado estilo sapito. No a los fiascos literarios y a los amiguismos exacerbados. En esta temporada y desde este altiplano-desierto-lago de aguas caprichosas, hasta se podría presagiar un hundimiento inapelable de la poesía y sus autores, como si se tratara del Titanic de la White Star Line, el Titán de Morgan Robinson en Futility o como si fuese una empeñosa balsa de totora en pleno Titikaka, destinada a extinguirse inevitablemente.
Es tiempo de comenzar el diálogo, el lado serio del negociado para quienes todavía siguen con la locura, aquellos que tal vez nunca vuelvan a sus cabales, para esos tres o cuatro pelagatos que todavía no entienden adónde los va a llevar el derroche de su dinero (esas cuantas monedas) y de su tiempo con esa dama que nunca da plata, pero que le gusta ver los bolsillos vacíos hasta el último centavo. Es hora de orientar la nueva danza, la discusión, la reescritura, la poesía misma o de encaminarse a lo que hacía una tal Pizarnik: Por las noches trabajaba con las palabras, las exprimía, las resignificaba, las tallaba como a piedras, las retorcía y las acariciaba, las silenciaba, las colgaba en un muro y les exigía que significaran y que dijeran lo que sentían en ella, lo que ella era. Al menos este puede ser un buen punto de partida. También es necesario cierto grado de talento, aunque el talento nunca es suficiente.
Exageraciones y dramatismos aparte, la poesía puneña de los jóvenes de 20 o más, en cualquier caso, es fiel reflejo de la incapacidad y la nula sapiencia del rastro de las estrellas y de toda iniciativa en este campo. A ese ritmo seguirán hundiendo esta embarcación en un irremediable, constante, quimérico, único, tal vez, perdurable Estigia de nunca jamás. Es posible deducir que pronto vendrá un viento fuerte y se lo llevará todo, todo y las musas también. La fiesta ha empezado. (PARTE I)
(Copiado de El Pez de Oro Nº 14)
Ruth Hurtado, poeta paiteña
Hace 1 mes