Por José Luis Velásquez Garambel
Dedico a la ignorancia rampante en la “intelectualidad” puneña. Cuanto más rápido lleguemos al conocimiento será más fácil entender a poetas de la talla de Walter.
Albrecht Wellmer habla de concepto esquivo al referirse a la postmodernidad o el postmodernismo, y es que iluminar dicho concepto conlleva su buena dosis de dificultad. Su permanente estado de debate confrontado, modernidad-vanguardia-postmodernidad, hace posible un enfoque multiinterpretador en tanto la mera acotación del término en sí se halla lejos de lograr ser precisada. En este mismo sentido caben los clarificadores trabajos de Jean-François Lyotard, Levin, Wallis, Jameson, Hornung, Hoffman, Sontang, Spanos, Fokkema, Deleuze, Kunow, Habermas, Simmel, Huyssen, Foster y Kroker, entre otros, si bien extendemos la serie a autores de pensamiento españoles más próximos en el tiempo y que en los últimos años ha retomado la polémica de la postmodernidad como como son Jacobo Muñoz, José Luis Pardo, Eduardo Subirats, Javier Sádaba, Juan Antonio Ramírez, Gómez de Liaño, J. M. Mardones, J. Beriain, A. Ortiz-Osés, Fernando Savater, M. Fernández del Riego, José Tono Martínez o Jesús Ibáñez, también entre otros. En este mismo eje, considero necesario establecer aspectos de la cartografía de la postmodernidad -dado que su acepción en el campo de la historia, desde planteamientos que siguen estrechamente los postulados de Hayden White, Said, LaCapra o Paul Veyne, implica especialmente como sujeto a Eduardo Mendoza- y marcar los referentes en cuanto a definición y caracterología de lo que se acepta como espacio heterogéneo y, tal como como hemos adelantado, foco cultural controvertido y disperso.
Partiendo de Lyotard, Josep Picó señala que la postmodernidad se da "como la crítica al discurso ilustrado y su legitimación racional". Nos referimos a un movimiento epocal en el que la postmodernidad "representa la incredulidad en los metarrelatos". Por su parte el citado Wellmer subraya que la postmodernidad define el final de un proyecto histórico, que es "el proyecto de la modernidad, el proyecto de la Ilustración europea, o finalmente tambien el proyecto de la civilización griega y occidental", una continuación del modernismo en la que se opta por un cambio de registro, o, siguiendo a Wellmer, "un movimiento de des-construcción", una actuación del tiempo limitado al presente, único estadio reconocido por la est postmoderna. Ahondando en ello, Ihab Hassan hablará, también, de "deconstrucción, descentramiento, desaparición, disimilación, desmitificación, discontinuidad, diferencia, dispersión" en el discurso. Germán Gullón se referirá a la transversalidad, "a la obra de arte posmoderna [en la que] encontramos lo real y lo imaginario conjugados". Jesús Ibáñez dice que la postmodernidad "es la en la que se borran los signos del tiempo", apreciación desde la que podemos aproximarnos a las palabras de Jacobo Muñoz para quien la postmodernidad va más allá de tipologías literarias para instalarse en una vasta lista de t clave. A saber: "Apertura, heterodoxia, eclecticismo, marginalidad, revuelta, deformación, difracción, descreación, desintegración, deconstrucción, desplazamiento, discontinuidad, dispersión, fragmentación, incredulidad, particularismo, diseminación, ruptura, dadaísmo epistemológico, otredad, caos, rizoma [...], despedida de los grandes relatos legitimadores (de la dialéctica del Espíritu a la hermenéutica del sentido, de la emancipación de la clase obrera al desarrollo económico y a la épica del progreso)". Asistimos, por tanto, desde una epistemología explícitamente diferenciada y diferenciadora a una reorientación del axioma arte cuyas dislocaciones no se anteponen tanto a la modernidad cuanto que nacen de ella en su precipitación en el tiempo y en el espacio culturales. Si el movimiento moderno (visible en la utopía arquitectónica de Mies, Le Corbusier, Hilberseimer, Bauhaus, Gropius) quebró la huella del pasado, del academicismo como componente unitario, la postmodernidad (manteniéndonos en el ejemplo arquitectónico, Charles Moore, Robert Stern, Philip Johnson o Michael Graves) niega la dinámica triunfal de esa misma modernidad entroncada en el marco aceptado como oficialidad. Hablamos de reaparición de la antigua ideación de arte. Con palabras de Andreas Huyssen constatamos cómo en el final de la vanguardia moderna se recupera el principio del "museo como templo, el artista como profeta, la obra como reliquia y objeto de culto, la restauración del aura", con lo que se da un reciclaje que va a ser denostado por los postmodernistas. Hay en éstos una pérdida de confianza "en la unidad teológica sustancial de la modernidad", tal como lo indica Juan Antonio Ramírez, quien afirma que lo postmoderno "significa todo lo que puede existir cuando lo moderno es sólo un punto de partida o el mero entorno tácito de cualquier nueva creación".
Huyssen matiza y distingue históricamente tres brechas de postmodernismo en función de las décadas de los 60, 70 y 80, que lo acogen. Considera que en el primer postmodernismo, que él localiza entre los años sesenta y setenta, se pretende revivificar "la herencia de la vanguardia europea y darle una forma americana en torno a lo que se podría llamar (...) el eje Duchamp-Cage-Warhol". Con él aparecerá la visión del eclecticismo y la literatura de lo que se ha calificado como relato del alma americana, es decir Jasper Johns, Jack Kerouac, Burroughs, John Barth, Ginsberg y Barthelme. Siguiendo en este planteamiento, Graff ha escindido el cosmos postmoderno de la década de los sesenta en una doble articulación que él califica como líneas apocalíptica y visionaria, que pugnan contra el modernismo institucionalizado de los años cincuenta. Siguiendo el eje señalado de Huyssen, el postmodernismo inicial obedece a cuatro características perfectamente perfiladas. En primer lugar, establece que el postmodernismo de los sesenta "estuvo caracterizado por una imaginación temporal que mostró un poderoso sentido del futuro y de las nuevas fronteras, de ruptura y de discontinuidad, de crisis y de conflictos continentales de vanguardia anteriores como el dadaísmo y el surrealismo antes que el modernismo culto". Hablamos aquí de nacionalización del postmodernismo en tanto que EEUU se entroniza como núcleo determinante e influyente en el mundo artístico-literario del período.
Hay que subrayar un segundo carácter definidor que Huyssen concreta en la quiebra de lo que ha sido definido como arte institución. Recordemos que, tal como indica el propio Huyssen, "el atrevimiento de la vanguardia histórica había sido desmitificar y socavar el discurso legitimador del arte de élite en la sociedad europea". El postmodernismo así revierte su actitud hacia la recuperación de ese espíritu iconoclasta manifiesto en los albores del arte moderno desde donde se opera un criterio antiminoritario. Postmodernidad y vanguardia fundirían, en este sentido, su filo al trabar arte y vida.
El tercer rasgo avalaría la aceptación tecnológica de las propuestas postmodernistas. Si Vertov, Heartfield o Bertolt Brecht respaldaron la fotografía y el cinematógrafo como recurso expresivo y soporte de estética ideológica, de igual manera la órbita de Marshall McLuhan y su traducción en una normalización cibernética será integrada como desafío de los artistas y escritores postmodernos. Decors mantiene que en el postmodernismo "todo elemento puede ser válido y 'útil' como expresión de arte. Lo único que prevalece por encima del producto acabado es el proceso a través del cual extraemos los elementos de sus categorías originarias para exponerlos o representarlos", y en esa validez se axiomatizan los medios de estética y de comunicación tecnológica. Siguiendo el pensamiento de Vattimo se puede determinar la importancia que representan los medios de comunicación en el nacimiento de una sociedad postmoderna, en tanto "esos medios caracterizan a esta sociedad no como una sociedad más 'transparente', más consciente de sí, más 'ilustrada', sino como una sociedad más compleja, incluso caótica". Huyssan, por último, destaca la revalorización de la "cultura popular como desafío al canon del arte culto, modernista, tradicional". Cotidianeidad, esteticismo camp, el pop, la música folk y el rock , o lo que sería igual hablar de cicatrización entre lo popular y lo elitista, la liquidación de lo jerárquico, la eliminación del criterio comparativo entre arte de libro y arte de calle, es, pues, una huida de la ortodoxia, una afirmación diferente del juego artístico.
En cuanto al postmodernismo de los años 70 y 80, de clara vinculación con Walter Paz, hablemos de cambio de rumbo, y hagámoslo desde planteamientos de desencanto. Desde una pérdida de la huella de Fiedler, hay toda una metamorfosis que marca la desvanguardización de la heterodoxia presente, por ejemplo, en el pop, e incluso -subraya Huyssen- aquel "optimismo inicial en torno a la tecnología, los medios de comunicación y la cultura popular había dado paso a unas valoraciones más sensatas y críticas: la televisión como contaminante más que como panacea". El nuevo postmodernismo hará gala de una mayor dispersión, de una visión menos unitaria; más que nunca la relatividad de los sucesos, el cruce de caminos con los vértices neodadaísta y neoexpresionista como síntoma, la aniquilación de una verdad totalizadora e intocable, el valor de la unicidad o el tiempo de lo plural, cobrarán un crédito preanunciado en los años sesenta. "Las expectativas de combinación experimental y mezcla entre la cultura de masas y el modernismo parecieron prometedoras y produjeron algunos resultados artísticos y literarios de los más brillantes y ambiciosos de los años 70" .
Discontinuidad de lo real, minimización del discurso literario, desrealización del eje escritural, insuficiencia e incapacidad del discurso para asumir la verdad y, especialmente, la acepción de "una literatura del no-conocimiento", en la que toman naturaleza la anulación del orden lineal, el rechazo del paradigma consensuado y la inclinación por la diversidad y la plurisignificación, ajustan el registro de una poética que está por la dispersión y la artificiosidad como modo de conocimiento. Ese planteamiento del concepto de postmodernidad nos pone en contacto directamente con la noción de historia y novela histórica. Conviene que nos detengamos en esta premisa acerca del principio dialéctico de Hegel y su resolución en Marx, en tanto lo postmoderno apuesta por una reconceptualización de la historia, y en esa redefinición coinciden las quiebras contundentes hacia las rigideces hegelianas y materialistas sobre las que atentan y se rebelan los postmodernistas. Sabemos que el método dialéctico expresa la conexión dinámica de las cosas, la universalidad del cambio y su carácter radical: todo lo que posee realidad se encuentra en proceso de transformación por el hecho de que consta de factores o fuerzas opuestas cuyo movimiento interno lo conecta todo y cambia toda cosa en algo distinto. La oposición adoptada por el materialismo dialéctico es que su método revela leyes relevantes para todos los niveles de la existencia porque están convalidadas por la experiencia pasada. Como hemos dicho, es imprescindible comprender estos planteamientos con el fin de ahondar en la visión poética que emana de Walter Paz.
(*) José Luis Velásquez Garambel (1980), Maestría en Interculturalidad (UNA-Puno), Investigación Científica (UNFV-Lima) y Doctorado en Ciencias Histórico Sociales (UNSA-Arequipa), ha sido profesor invitado de la Universidad Nacional del Altiplano en los cursos de literatura Antigua y Contemporánea (2005), del mismo modo en la Universidad Privada José Carlos Mariátegui – Moquegua (2005).
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