Dedicado a los escritorcillos de Puno que se refugian en el insulto.
Escribe El Loco Ayma
Estupidez, imbecilidad, cretinismo, idiotez, tontería… Son varias las palabras que designan ese fenómeno tan omnipresente como de evanescente definición. Muchos de quienes se dedicaron al tema, acabaron confesando que el mismo se les escapaba, como lo hizo Robert Musil en su famoso ensayo de 1937: “Ignoro lo que ella es, no he descubierto una teoría de la estupidez con la cual tratar de salvar el mundo”. La traducción castellana de su conferencia es “Sobre la tontería” (en “Ensayos y Conferencias”, Visor 1978), pero, matices van, matices vienen, es mejor llamar estupidez o imbecilidad al fenómeno que nos ocupa o, lo que es más, por el que somos ocupados. Es que el término de tontería, más simple, puede referirse simplemente a la simpleza, a la falta de inteligencia, mientras que la estupidez y la imbecilidad pueden ser astutas, campear en escenarios reputados por sabidos. En todo caso, quizá no habría que creer que la esencia de la estupidez, siempre peligrosa, radique sobre todo en ser el contrario de la inteligencia. Ya lo dijo Gilles Deleuze: “La estupidez no es un error, ni un tejido de errores. Se conocen pensamientos imbéciles, discursos imbéciles, hechos completamente de verdades”.
Por otra parte, la medición del coeficiente de inteligencia tampoco bastaría para calificar a nadie de imbécil o de estúpido. Puede que un simple diste de ser un imbécil así como un letrado personaje, (que en Puno brillan por su presencia) lo sea rematadamente. ¿Entonces qué sería la estupidez? Como se decía al principio, el solo definirla ya puede resultar enormemente complejo. Definirla, en efecto, puede ser difícil, a la par que es muy visible, cargosa, insistentemente visible y audible, dueña de discursos y de actos, aplaudida y ensalzada. Está a flor de piel del tejido social. Para verla en vivo y en directo, por ejemplo, basta con abrir este blog para apreciar el de los escritorcillos puneños. Pero no sólo aquí.
Es omnipresente, por doquier visible y audible, en efecto, ya que justamente, lo propio de la estupidez es que ésta se afana y se ufana incansablemente. Lo apuntaba Clément Rosset en Lo real: “La estupidez es de naturaleza intervencionista: no consiste en descifrar mal o no hacerlo, sino en emitir continuamente. Ella habla, no deja de añadir. La no inteligencia padece, la estupidez actúa: siempre lleva la iniciativa. La no inteligencia no es más que un rechazo, o más bien una imposibilidad de participación; la estupidez se manifiesta, más bien, por un compromiso perpetuo.” De ahí, pues, que no sería raro que pueda proclamarse a la estupidez (como lo hizo Raymond Aron) como un verdadero “motor de la historia”.
La tierra ya estaba, seguramente, bien preparada para que los frutos de la imbecilidad retoñen gloriosamente. El problema, a todo esto, es que no se ve qué, cuándo o cómo se le pondrá coto a semejante imperio. Ya decía Schiller que, contra la estupidez, “los mismos dioses se esfuerzan en vano”. Con lo cual, simplemente, lo tenemos muy mal.
Las ideas recibidas de Flaubert
Flaubert fue siempre uno de los mayores adalides que se conocen en la lucha infatigable, y a la postre inútil, contra la estupidez. Bouvard y Pécuchet es al mismo tiempo una investigación, una burla o descripción de los arcanos en que se origina. Complementándolos está el “Diccionario de ideas recibidas”. Éste no se parece en nada al “Diccionario del diablo” de Ambrose Bierce o a los aforismo, llamémoslos así, de H.L. Mencken. Estos dos últimos, en cierto sentido, son más efectivos que Flaubert en su destrucción de las ideas estúpidas y destilan veneno en deliciosos caudales. El caso de las “ideas recibidas” de Flaubert oscila entre el humor y el chiste escondido. Tanto se hace la burla de lo que se suele o debe decirse de tal palabra o concepto como puede limitarse casi a reproducirlo. En algunos casos con esta arma de apariencia tan banal, es capaz de hacer saltar una palabra, una idea. Así, por ejemplo, de la palabra duraznos: “este año aún no los tendremos”. Sublevado laconismo, irrisión y distancia.
Aquí siguen algunos ejemplos de su diccionario.
ACADEMIA FRANCESA.- denigrarla pero tratar, si se puede, de formar parte de ella.
AQUILES.- Añadir “el de los pies ligeros”, lo que hace creer que se ha leído a Homero.
AFFAIRES.- Están delante de todo. Una mujer debe evitar hablar de los suyos. Son lo más importante que hay en la vida. Todo está en ellos.
ARTE.- Conduce al hospital. Para qué sirve, cuando se lo puede reemplazar por la mecánica, que lo hace mejor y más rápido.
BARBA.- Signo de fuerza. Demasiada barba hace caer los cabellos. Es útil para proteger la corbata.
BESTIAS.- ¡Ah si las bestias podrían hablar! Que las hay mucho más inteligentes que los hombres.
CALVICIE.- Siempre precoz, es causada por los excesos de juventud o la concepción de grandes pensamientos.
CANDOR.- Siempre adorable. Se está lleno de él o no se lo tiene en absoluto.
CELEBRIDAD.- Las celebridades: hay que inquietarse hasta del menor detalle de sus vidas para poder denigrarlas.
CÍRCULO.- Siempre se dice: formar parte de un círculo.
CAMELLO.- Tiene dos jorobas y el dromedario una sola. O bien el dromedario tiene una joroba y el dromedario dos (uno se lía).
CHATEAUBRIAND.- Conocido sobre todo por el asado que lleva su nombre.
COITO, COPULACIÓN.- Palabras que hay que evitar. Debe decirse: “Tenían relaciones.”
CONCILIACIÓN.- Predicarla siempre, incluso cuando los contrarios son absolutos.
CONCUPISCENCIA.- Palabra de cura para expresar los deseos carnales.
DEGENERACIÓN.- Causa de todas las enfermedades de los solteros.
DEBERES.- exigirlos de parte de los otros, uno mismo pasar de ellos. Los otros los tienen hacia uno, pero no uno hacia los otros.
ESPÍA.- Sólo se la menciona hablando de monumentos.
EXTINCIÓN.- Sólo se la emplea con pauperismo.
FATALIDAD.- Palabra exclusivamente romántica. Se dice hombre fatal del que tiene mal de ojo.
CERRADO.- Siempre precedido de herméticamente.
FUERZA.- Siempre hercúlea. La fuerza prima sobre el derecho (Bismarck).
GUANTES.- Dan el aspecto de cómo debe ser.
GOLONDRINA.- Nunca llamarlas sino mensajeras de la primavera. Como no se sabe de dónde viene, se dice que llegan “de los bordes de lontananza”.
HORIZONTES.- Encontrar bellos los de la naturaleza y ominosos los de la política.
IDEAL.- Completamente inútil.
Ruth Hurtado, poeta paiteña
Hace 1 mes