Por Elias Yapura
A fines del siglo pasado, varios jóvenes comenzaron a llenar un vacío generacional en la literatura puneña: Walter Quispe, Edwin Ticona, Luis Pacho, Gabriel Apaza, Fidel Mendoza, Hugo Lipa, Mario Mayhua, Eddy Sayritúpac, Miguel Sucari, René Apaza, Simón Rodríguez, Hugo Lipa, entre otros, publicaron, se emborracharon, leyeron poesía y dejaron algunos textos memorables. Ahora algunos han pasado al “retiro”. Pero es mejor no ayudarlos en sus intentos de cubrirse de olvido.
Nuestro propósito es acercarnos a este grupo desde una lectura que lo interprete en función del complejo momento social en el que se desenvolvió. Para desarrollar nuestro objetivo usaremos fundamentalmente como sustento teórico una reflexión de Martín Hopenhayn.
Efectivamente, en un ensayo de 1998 Hopenhayn sostiene que «la modernización-en-globalización tiende a la des-identidad, a la des-habitación, a des-singularizar a sus habitantes». Esto, sumado a la falta de proyectos colectivos y de movilización política, hace que «la pertenencia orgánica a un movimiento neotribal o de valores fuertes [sirva] como estrategia de identidad social para millones de jóvenes huérfanos de un relato integrador».
La propia sensibilidad light (ligera en tanto no comprometida), impuesta por el mercado transnacional globalizador en los noventa, choca con el «descontento social» y coexiste (sin posibilidad de disolución) con los jóvenes populares urbanos y «duros» de nuestras sociedades, quienes desde su «crisis de expectativas» difícilmente aceptan «la suave cadencia de la postmodernidad».
Ante las escasas posibilidades de acceder con éxito a «los beneficios del progreso», no es de ningún modo casual que «tanto la violencia política como la violencia delictiva» (de causas o motivaciones distintas) tengan a «jóvenes desempleados o mal empleados por protagonistas».
Pero significativamente, la violencia política y la delincuencial no son un síntoma a destacar dentro de la propuesta (vital o literaria) del grupo generacionl que conforma la Poesía puneña de Fin de siglo. Éste se movió más bien en un periodo de tránsito (en zona lírica y política) marcado por el desencanto, con cierta excepción de Simón Rodríguez), la angustia y también la abierta desesperación y búsqueda de la muerte. Se trataría más bien de una agrupación signada por la violencia sistémica de la sociedad en la que se desenvolvió.
En efecto, recordemos que este movimiento literario apareció en los primeros años de los noventa en uno de los espacios educativos más prestigiosos al interior de nuestro país: la «ciudad letrada» de Puno y cuando significativamente en el que, como comentaría sólo un año después de aquel setiembre (captura de Abimael) José Joaquín Brunner, «[l]a violencia utópica [...] recorre su último sendero luminoso, reducto ya del pasado aunque su bandera suele flamear todavía en el mástil más alto» (1994: 82).
En el mismo año, es decir en 1992, en el Perú ocurrirían dos hechos decisivos que de por sí dejarían en el pasado esa violencia utópica que señala Brunner: en primer lugar el autogolpe del 5 de abril de Alberto Fujimori (presidente en el periodo 1990-2000), con el que daría inicio a su nefasta y corrupta dictadura cívico-militar de ocho años; y, dentro de este clima de autoritarismo y represión, la captura, el 12 de setiembre, del líder senderista Abimael Guzmán Reynoso. Precisamente, este periodo de la historia puneña que va entre 1990 y 1992-3 es el de los años en los que lleva a cabo sus primeras actividades en el plano cultural la Generación de la Poesía puneña de Fin de Siglo. Años que median entre el final del periodo llamado de la violencia política (1980-1992) y el inicio de la dictadura fujimorista (1992-2000), acontecimientos que están en consonancia con la mencionada violencia sistémica.
La pregunta de ahora es: ¿cómo fue posible una reunión heteróclita trascendiera los muros de pequeños talleres, universidad y ciudades dispares? Si los ahora jóvenes o los eternos ancianos de la poesía miraran lo que era 1990 respecto a la alicaída situación cultural comprenderán qué existió en esos diez (tal vez más) jóvenes amantes incondicionales de la poesía para (contra lo que los nuevos tiempos «postmodernos» mandaban) abrir sus impecables soledades y compartir (en universidades, calles, bibliotecas, bares) el fuego secreto de la palabra.
La reunión heteróclita (irregular, extraña y fuera de orden), de vínculos laxos e informales, fue posible debido a que estos «jóvenes amantes incondicionales de la poesía» compartían una misma estructura de sentimiento (Williams 128-35) a tono con los nuevos modos de conciencia y sensibilidad que emergieron de estos puntos políticos y sociales de transición y sangrienta intersección (mal totalitario y mal autoritario), donde evidentemente el factor de la violencia sigue siendo central; factor que no impidió a sus integrantes abrir sus «impecables soledades» (conocida frase del poeta Luis Hernández) y compartir «el fuego secreto de la palabra».
Ahora, si bien es cierto que los años siguientes de la década del noventa en líneas generales cancelan esa violencia utópica senderista, otro tipo de violencia cobraría auge: la violencia social de corte urbano-juvenil y la lumpenización de grandes sectores de la población suburbana (en consonancia con la verdadera lumpenización ética y moral en las altas esferas del fujimorato).
Estos años corren paralelos a la instalación del proyecto neoliberal fujimorista, con su política de privatización de los bienes nacionales en favor de los capitales extranjeros, y a la feroz corrupción y robos millonarios a través de estas mismas ventas. En ese sentido, el balbuceo neotribal no deja de dar cuenta de su comprensión a las primeras manifestaciones de este proceso político.
De ahí que, en clara muestra de lucidez y de rechazo contra este proyecto dictatorial, los jóvenes poetas del Perú de ese entonces hicieran propio el título «generación de los no-ventas», denominación que señala a su vez su posición de atrincheramiento contra dicho programa.
En síntesis, toda la generación noventera del Perú se desenvolvería en medio de dos de los cuatro modos del Mal político que señala Zizek: «el Mal totalitario 'idealista', llevado a cabo con las mejores intenciones (el terror revolucionario) [y el] Mal autoritario, cuyo objetivo es el poder y la simple corrupción (sin otros objetivos más elevados)».
En el caso de Puno ese movimiento estuvo integrado principalmente por poetas todos ellos puneños de generación nativa (la mayoría de los apellidos son indígenas) y provenientes tanto de una clase trabajadora emergente como de una pequeña burguesía empobrecida por sucesivas crisis, y que no renunciaban a sus aspiraciones de ascenso social y de progreso.
El grupo no llegó a publicar una revista propia, y dentro de la escena cultural se caracterizó fundamentalmente por la realización de recitales de poesía con un carácter juvenil y contracultural, publicación de plaquetas y participación en concursos lo que les significó «la posibilidad de generar un espacio propio, en un medio percibido como cerrado»
Hopenhayn (30-1), señala cómo en un «contexto de exclusión» existe la tendencia a buscar «identidades grupales», que se fusionan en «intersticios y márgenes», para «revestir la naturaleza del sistema por los bordes, los huecos, las transgresiones cómplices y casi tribales».
La exclusión llega a convertirse «en trasgresión, en espasmo» y en impugnación a la «racionalización de la vida moderna». Se busca una «salida [pulsional] del cauce», en la que «la desmesura» busca aliviar el esfuerzo que implica contenerse «en una imagen funcional del yo». El resultado de estas pulsiones es la constitución de «identidades frágiles, fugaces, cambiantes» («una manera de experimentar visiones»). En ese contexto social se entiende a la Generación de la Poesía puneña de Fin de Siglo.
Ruth Hurtado, poeta paiteña
Hace 1 mes